Marco Antonio Rodríguez


Marco Antonio Rodríguez
ESTUARDO MALDONADO, 
las búsquedas del absoluto

El artista se inclina - erguido como un árbol intemporal - para enseñarme el plato Valdivia que en su reciente peregrinaje por la Costa descubrió. En sus manos, grandes como zarpas, con ellas ha explorado el tiempo y el espacio, indemnes a pesar de lidiar con acero, ácidos, fuego, piedra, yace el plato, y el sol que es una araña centelleante, plantada en la mitad del austero comedor donde estamos, zarandea por la multitud de líneas que se entrelazan sin pausa tramando una celdilla perfecta (cuadrada) en el núcleo de la pieza que el maestro exhibe.

Sin advertirlo, los dos comparamos, absortos, una y otra vez, la similitud del cuadro del plato Valdivia con cualquiera de los lados de un hipercubo (Estuardo Maldonado trabaja desde hace tiempo en su Serie de Hipercubos), que cuelga de un hilo luminoso cinco mil años de historia se refunden en un brazo inexpresable en el más hondo silencio. ¿Percibió el alfarero el vértigo del absoluto del cual ha estado en vilo, en su dilatado ir creativo, la vida de nuestro artista? ¿Se conoció ya, en ese tiempo, esa voluntad de Maldonado de averiguar a fondo lo desconocido: ser y estar a plenitud en el espacio-tiempo presente, primero, y, luego, el obsesivo rastreo de un más allá cada vez más insondable? Tregua del hombre con su esencia, reconciliación y paroxismo, cercanía del absoluto, zona en la cual se ha desplazado hasta el asombro -aunque siempre en los cauces de un tiránico raciocinio- el arte de Estuardo Maldonado.

Ciclos cargados de sabiduría y belleza los de este artista. Manar de elucidaciones lúcidas y lúdicas que jamás terminan, como la vida, como la muerte, porque solo el amor de su aventura creativa es verdad. Sacudido por la ráfaga de su acendrado americanismo, empieza todos los citas su camino sin regresos en los cuales deja -auto de fe- un jirón de su ser como señal de su oficio.

El hombre occidental olvidó su nombre, el de Dios lo sepultó hace tiempo. Con las manos vacías nos hemos quedado solo con las causas y los efectos: nada de qué asirse: Maldonado, al contrario, sigue avanzando.

Cuando niño, halló un fragmento de un muñeco de arcilla, en él, el signo (la S) que se convirtió en soporte histórico-mágico de su propuesta artística. La S: regocijo y emboscada del artista, vaso comunicante de una cultura milenarista, la Valdivia, con la nuestra. Grafía que entraña la peripecia de la vida y de la muerte. Unidad y pluralidad de los ecos más remotos del hombre.

Maldonado vértebra sus formidables sondeos artísticos fundiendo la física, la matemática, la química, el realismo virtual y el arte. Así llega a su Dimensionalismo, lenguaje que depende de una consumada madurez de su espíritu, que en el campo de las formas lo condujo a un arte de nuevas dimensiones así como a los hiperespacios.

¿Qué más? Qué significó su hallazgo del acero y su titánica lucha por arrancarle los colores del alma del hombre y de la naturaleza que esos son los que logra en sus inox-color después de tanto desfallecer y levantarse? ¿A quién si no a Estuardo Maldonado pudo ocurrírsele extraer la poesía más pura de material tan extraño?

(Sus inox-color, no son, por otro lado, ¿el color del futuro, de la humanidad del tercer milenio...?)

-Tienes que descansar-, lo conmino, perturbado por verlo trabajar dia y noche sus piedras. -No me queda tiempo-, me responde, con su habitual estoicismo.

Pienso que todo lo dejó en Roma -fama y fortuna- por venir a su lugar de origen, en donde apenas lo conocen. Veo a muchos 'artistas' con sus mediantes sorprendiendo, intrigando, traicionando, estafando, auto promocionándose hasta el delirio. A Maldonado ya no le interesa nada, obsesivo como está en dejar al Ecuador su invaluable legado artístico. "¡Oh Bartleby, oh humanidad. . .!"

¿Se le ocurrirá, a alguien, algún día -como en todos los países de la tierra enseñar a nuestros escolares los nombres y las obras de nuestros grandes valores?

Mientras vuelvo a casa me persigue el pulso sosegado y firme de Estuardo, descifrando el espacio para conquistarlo, sacando de él todas las formas del amor: perfección de la continuación del ser a lo largo de la historia Espacio-tiempo, continuación a tal punto hermosa que los mismos dioses -como afirma el Mahabarata- se encelan y vienen a admirarla. Esa, la obra monumental de Estuardo Maldonado.

Marco Antonio Rodríguez 
PRESIDENTE DE LA CASA DE 
LA CULTURA ECUATORIANA