Hernán Rodriguez Castelo


Hernán Rodriguez Castelo

El comienzo fue en Pintag, donde nació en 1930, en una casa que se alza intacta al lado occidental del parque del pequeño pueblo. En la escuela tuvo un profesor que supo reconocer las facultades del pequeño Estuardo. Y en horas en que ponían a los escolares a trabajar la tierra halló, en fragmentos cerámicos precolombinos, un curioso signo, la "S" angulada, que le sedujo obscuramente y más tarde se convertiría en leitmotiv, grafema sígnico y clave de caligrafías y estructuras.












En 1945 comenzó estudios de pintura en la Escuela de Bellas Artes de Guayaquil, donde enseñaba Hans Michelsen. Entonces comenzó la creación, alternando la escultura—sobre todo en guayacán—con una pintura que traslucía el emocionado descubrimiento de los moralistas mexicanos, sobre todo Rivera. Lavanderas, pescadores, montubios, y pequeños puertos le daban ocasión para estilizar dentro de cánones expresionistas la figura humana y componer grupos y escenas con cierto sentido ornamental.

Benjamín Carrión invitó al joven artista a exponer en la Casa de la Cultura de Quito y de allá saltó, becado, a Roma. Fue entonces otra vez la academia, ahora con el descubrimiento del desnudo con modelo, que daba ocasión al escultor para deleitosas sugestiones volumétricas en sus carboncillos y pasteles.


El Toro y el Condor
COMIENZAN LAS BUSQUEDAS

Pero Europa significaba para el inquieto americano mucho más que la academia. Comenzaron a sucederse descubrimientos—Picasso, Mondrian, Kandinski, Miró, Klee; sobre todo Klee—y búsquedas. Retículas de raíz cubista segmentaron los desnudos y se buscó descomponer el movimiento como lo hacía el futurismo. Nacieron obras vigorosas como "El Toro y el Cóndor" o "Toros", ambas de 1960.

La revelación mayor fue Klee. Klee enseñó a Maldonado el poder de lo simple y las inagotables posibilidades del signo. En cuanto a los mismos signos, el americano los halló ricos, obscuros y mágicos en su cantera interior. En el 61 tituló "Primitivos" trabajos cuyo sentido estaba confiado a signos con algo de geroglíficos o antiguas pictografías. E n una serie de "estructuras" cuadriculó el espacio a la manera de Torres García y alojó en los paneles motivos cada vez más estilizados. El encausto le permitió grabar los signos por incisión. Y materiales como la corteza de árbol, la piedra pómez o materia espesa con aspecto de tierra arcillosa aumentaron el efecto de formas viejas y enraizadas en culturas primitivas. El artista buscaba, a la vez, formas, técnicas y raíces. La solidez y grandeza de su arte iban a explicarse por esa sostenida triple búsqueda.




EL PRECOLOMBINO

Para el momento del "precolombinismo" de la pintura ecuatoriana—primer aporte de la generación a la que pertenece Estuardo Maldonado—el artista se halla en poder de ricas y variadas posibilidades expresivas sígnicas: organiza geométricamente el espacio a modo de estelas o calendarios, alojando en celdillas signos y geroglíficos cada vez más elaborados; ordena en amplias construcciones seriales elementos como la flecha (así la hermosísima "Composición No. 8"); combina formas extrañas con ricas texturas; y hace del viejo signo familiar elemento textural y caligráfico para crear espacios donde bullen soles (la serie de "constelaciones") o zonas donde gravita, opresivo, el peso del pasado.

Algunas de esas obras comienzan a llamar la atención de la critica europea. "Personajes" le merece el Gran Premio en la 11 Bienal de Arte Sacro de Celano, Italia, en 1966.

A lo largo de la década de los sesentas la maduración se da en un sentido de conceptualización-visualización, siempre entorno al signo básico, la "S" lineal y angular, cuya dualidad esencial y existencial se va a ir revelando a través de enfrentamientos entre elemento y conjunto, linea y plano, formas y color, color y volumen.


HACIA LA EPIFANIA DEL SIGNO

A comienzos de la década de los setentas Maldonado ha impuesto un estilo personal y está empeñado en búsquedas formales de gran sentido contemporáneo.

Radicaliza su persecución del signo fundamental esa "S" cuyo sentido hermético se le ha revelado; es, con su juego de verticales y horizontales, símbolo del ser y el devenir, de ascensión y muerte, las verticales importan ímpetu vital, ascensión desde el abismo, o descenso a él; las horizontales son estadios de permanencia, en lo alto de la vida o en lo bajo de la muerte.

Una meticulosa exploración de las posibilidades del papel, el vidrio, la madera y el aluminio y la lúcida utilización de experiencias del arte geométrico y del óptico confieren a un arte tan centrado en un leitmotiv sígnico, estupenda riqueza y versatilidad: composiciones de renovado rigor geométrico y fresca vibración lírica; utilización del relieve para destacar el signo con su juego de líneas, unas veces por luz y sombra, otras por color aplicado a las paredes de las pequeñas figuras; construcciones modulares en que el signo adquiere volumen y hasta independencia objetal; el signo como módulo de color: cada signo aporta al juego visual un color con sus posibilidades de relaciones armónicas o contrastantes entre estructura y cromática; el signo como elemento que puede organizar ambientes y crear espacios dentro de otros espacios; los módulos sígnicos proyectando sombras, luz y color hacia los que proyectaban otros módulos y creando zonas de sutiles gradaciones luminosas y cromáticas (en la dirección de las propuestas de Tomasello).

Entonces, en hora de tan iluminado, febril y apasionado trabajo, una de sus búsquedas de materiales, técnicas y maneras expresivas pone al ecuatoriano en posesión de un secreto al que no había llegado aún artista alguno y que daría al viejo signo indio nuevos y espléndidos poderes.


EL COLOR DEL ACERO

Ello es que cuando Maldonado luchaba por dar color al acero mediante ráfagas de fuego —lo cual, por el casualismo que llevaba consigo, contradecía su voluntad constructivista—, conoció que la International Nickel había patentado un procedimiento para colorear el acero y que varias factorías habían adquirido: la patente. En una de ellas, la Sillem de Brescia, comenzó a trabajar el artista. Y al ano, cuando otros establecimientos apenas habían podido producir planchas de un solo color, el ecuatoriano exponía obras de hasta seis colores en una misma plancha. Y obras en las que se había extremado la belleza del diseño, para aprovechar al máximo las posibilidades de ese nuevo color y destacar la nobleza del material. Su aporte fue acogido con sorpresa y admiración.

Comenzó una etapa de espléndida plenitud en la trayectoria del artista. El color—verdes, violetas, rojos, cobrizos, azules, grises—ofrecía nuevas posibilidades al juego serial y al efecto óptico. Porque no era el color estático del acrílico, sino un color en permanente y vivaz diálogo con la luz, rico de gradaciones y variaciones, extrañamente lírico y mágico.

Ese arte —del "inox-color"—constituía respuesta a las posibilidades y requerimientos de la tecnología contemporánea. Respuesta de espléndida belleza. Y respuesta honda, grave. Hondura y gravedad le ven tan del signo omnipresente en la obra del artista. La "S" con los secretos de la serpiente, símbolo del ciclo del hombre y los pueblos. Obras como "Estructura modular 10" (1975), con su belleza de color metálico y su complejidad constructiva, constituyeron verdadera epifanía del signo antiguo y eterno. Y la "S" fue de los más líricos verdes a vibrantes rojos. Y se entrelazó incidida en superficies de fastuosos violetas y hondos azules. Reflejó, brilló o se asordinó en severos mates.

Alguna vez el signo se recató. O abrió espacio a otros signos. En una pieza el centro era un cuadrado azul, centro de construcción lineal y punto de partida y llegada de caminos. En otra obra es el cuadrado el que se ha descompuesto para proveer de sus elementos a la composición. Las obras se sucedieron luciendo inagotable creatividad y segurísimo gusto.

Ello era más necesario que nunca porque de toda Europa se requería la
presencia de la novedad. Maldonado fue invitado a la Feria internacional de Dusseldorf, a la de Bologna, a la Feria Internacional de Arte Contemporánea de Basilea, a la Reseña de Arte Contemporáneo de Bérgamo. Una muestra italiana le dio lugar especialísimo, junto a otros dos grandes americanos, Soto y Brook (Bari, 1976).

Muy pronto las planchas alternara con esculturas modulares y paneles d piezas múltiples. Un proyecto así valió al ecuatoriano el Premio Internacional para la ejecución de un mural en el Banco de Roma, en París. Quito luce otro de estos trabajos frente al edificio Cofiec (1977).

La retrospectiva de 1981 (Casa de la Cultura y Banco Central) ha permitido rehacer la trayectoria de Estuardo Maldonado. La ha presentado ejemplar por su permanente inquietud; siempre abierta a la experimentación de materiales y técnicas; coherente a través dé las varias etapas; certera en la persecución ahondamiento y enriquecimiento de los motivos temáticos y, en especial, del signo elemental. El final ha sido a la vez brillante y hondo. Agudamente contemporáneo por materia y técnica. Pero enraizado en el mundo americano mítico y mágico, antiguo y rico. El artista está más seguro qué nunca, y tan abierto e inquieto como siempre. En serena posesión de una inagotable y lúcida creatividad.

Hernán Rodriguez Castelo, 1982